OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA NOVELA Y LA VIDA

  

     

TRES OPINIONES SOBRE “LA NOVELA Y LA VIDA”

POR

Sebastián Salazar Bondy (peruano)

Enrique Labrador Ruiz (Cubano)

Dardo Cuneo (Argentino)

    

MARIATEGUI Y "LA NOVELA Y LA VIDA"1

Por Enrique Labrador Ruiz.

NO voy a hablar, en la conmemoración de los 25 años de su muerte, de un Mariátegui que tie­ne bien ganado nombre de precursor y hasta de mártir, un Mariátegui al cabo político, sino de otro bastante menos conocido si bien sumamente interesante. Y mucho más en el caso de que se trata de una obra póstuma publicada en Lima por sus hijos, Sandro y Javier, los cuales ya ha­bían dado muestra de devoción filial reeditando Los 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (libro siempre buscado y nunca hallado hasta el presente) y sacando El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy. El Alma Matinal... contiene una serie de artículos publicados en Amauta, en Variedades, en Mundial, re­vistas limeñas. Y para dar a ellos destino últi­mo ya había expuesto Mariátegui que «no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada, de un libro, sino a aquél cuyos pen­samientos formaban un libro espontánea e inad­vertidamente». (Idea de Nietzsche). Ellos encon­traron estos artículos perfectamente ordenados y clasificados y hasta con el sumario de puño y le­tra del muerto. Por uno de estos absurdos que les acontece a los escritores hizo que apareciese allí perfectamente indizado aquel ensayo, que jamás se había escrito, el que se iba a escribir seguramente..., Apología del Aventurero. La muerte nos privó de su goce.

El hecho de que Mariátegui fuese también un periodista, un autor de relatos de viaje, un ob­servador de culturas en proceso de creación y de descomposición, dan a este volumen un matiz muy sugestivo. Tal vez no se haya visto mejor en su momento el perfil de unos cuantos representativos de la crisis intelectual europea como aquí. Enfoquemos a Drieu La Rochelle, firmante con Aragón y Bretón del panfleto contra France y que luego, en pleno estallido fascista, suprimió su existencia: «El drama de este escritor, sensible a las más encontradas atracciones, está muy lejos de ser un drama personal, exclusivo, individual. Es el drama del espíritu pequeño-burgués, que en una época de orden se siente empujado irre­sistiblemente al anarquismo y en una época de transformación o inseguridad clama por una au­toridad que le imponga su dura ley». Enfoquemos a Ramiro de Maeztu: «El caso de Maeztu ilustra, elocuentemente, la crisis de la "inteligencia" en la Europa contemporánea. El reaccio­nario explícito e inequívoco no ha aparecido en Maeztu sino después de tres años de meditación jesuítica y de duda luterana... » Clasificados bajo el título general de Especimenes de la Reac­ción le dan compañía Massis, Maurrás, Daudet, y con sus luces propias aparecen bajo la órbita de largo alcance de este clarificador interesado.

Pero vengamos al esqueje principal de este árbol bifurcante. Había dicho Mariátegui a Enrique Espinoza, en carta de febrero de 1930, que Siegfried y el Profesor Canella era un relato mezcla de cuento y crónica, de ficción y realidad. Debe aclararse que todo ello está al amparo de este rubro: La novela y la vida.

Jean Giraudoux había dado Siegfried et le limousin, luego llevada al teatro con el simple nombre de Siegfried, y esta pieza sirve a Mariátegui para contraponerle un hecho real: el del profesor Giulio Canella; el cual había sido recogido en un suburbio de Milán lleno de heridas que por su propia mano se diera, y sin poder identificar. Amnésico, maltrecho, de pronto se ve reclamado por dos mujeres que le dicen "esposo, esposo mío..."; una, la de Verona, que le nombre Giulio; otra, la de Turín, que le denomina Mario, Mario Bruneri, tipógrafo de profesión. ¿Cuál es la cierta entre estas dos filiaciones? Y entre los opuestos sentimientos de estas dos mujeres ¿a cual cederá?

Canella es carducciano, profesor de segunda enseñanza, ama tal vez a Cola de Rienzo y se ha casado a los 30 años con una sobrina carnal nacida en el Brasil «que había traído de América una vaga reminiscencia de floresta virgen y cierta exaltación de nuevo mundo y de trópico». En medio de su sosegada vida este elemento americano sazonaba un rumbo de aventurería muy dicaz. Mario Bruneri con su amor por las humanidades y el Risorgimento, es su "sosias". Está casado también; se le parece enteramente. Sólo les diferencian las ideas políticas, hasta que la guerra confundió sus destinos al extremo que heridos en combate ambos «sólo el azar podía resolver cuál de los dos era el que sobrevivía». Ninguna medalla, ningún tatuaje, ningún papel, ningún recuerdo daban razón de identidad en aquel hospital de sangre. Hasta que andando los días un vecino de lecho dijo reconocer en el herido al tipógrafo, todavía sin recobrar el conocimiento, y hasta un médico creyó verle síntomas de saturnismo en el color terroso de su piel. Y así fue como ultimó el profesor Giulio Canella, ay, en estos días de terribles pruebas. Su pobre viuda no se hacía a esa idea; sobre que desaparición no es muerte... Y esperaba.

El soldado Mario Bruneri, en cambio, resueltamente finiquitado, alentaba en el profesor que ahora creían tipógrafo y luego de la convalecencia, sin resistir a nada, tomó los hábitos del otro. Así partía a Turín en busca de una esposa desconocida pero cuyos recuerdos no le eran del todo extraños. ¡Ah, qué fuerte impresión! Claro que la señora Bruneri temía encontrar a su marido, después de tales sufrimientos, algo cambiado. Y daba gracias a Dios por devolvérselo tan íntegro y cabal... Su Mario era, ¡vamos!, un poquito menos apasionado ahora, más siempre gentil. Hay que ver lo que es una persona que ha estado al borde de perder la razón... Y se consumó el hecho, el extraño desposorio de un soldado desconocido con la viuda que, al desposarlo, pensaba recibir a su esposo sobreviviente.

¿Y el oficio? ¿Cómo se desempeñaría el profesor Canella en lo que no sabía? Tal fue la poderosa asimilación al nuevo estado, su total encaje, que pudo seguir componiendo la página que había dejado a medias el otro en el momento de movilizarse. La merma de sus facultades, alguna impericia manifiesta ¿no eran consecuencia del largo sufrimiento padecido por la patria? Y en nombre de la patria había que perdonarlo todo.

Pero bastó que se declarase una huelga para que una extraña resquebrajadura se hiciera presente. En esta circunstancia él se sintió como un profesor que toma vacaciones, no como un obrero que afirma su conciencia de clase. Sobre que no se veía tan a la izquierda como debía estar sino más bien periclitado hacia la derecha, la cual surge entre sombras de ayer, bien acusada y manifiesta. ¿Es que puede llegar a ser amarillo, reaccionario...? Sí; eso dicen; eso dieron en llamarle los compañeros de trabajo y no a sumisa voz. Hasta que llegó a abrirse totalmente la vía de evasión. Una rubia muchacha alegre por la cual se bebía los vientos, por la cual comete deslices económicos... La vía Roma; el amor adulterino... «El móvil que lo llevaba a la licencia, no era enciclopedista y universitario, sino en su superficie pragmática; en el fondo era, más bien, un móvil ético de evasión de la mujer extraña, en busca de la propia». Y así arribaba, tras un viaje azaroso, casi fugitivo, a Milán. Atrás queda el trabajo, la reputación deshecha, unas ideas confusas. Ha cambiado y hasta su rubia amante desaparece en su memoria con su mujer y el tipógrafo que fue; ha tirado sus papeles en cualquier parte. Precisamente en este punto la policía se le acerca en busca de tales documentos y echa a correr como un loco hacia los confines de la ciudad, donde luego le han de encontrar amnésico; entontecido, mudo.

Asilado en el Manicomio de Colegno, su verdadera mujer lo recupera. Y en su villa de Verona llega a reconocerlo todo tras 12 años de conturbado vivir. Está en lo suyo; ya no está en lo ajeno; no está "enajenado". Pero he ahí que en Turín la señora Bruneri lo reclama cómo a esposo, como a ente sufridor a quien hay que consolar. Y quien ya había reasumido su verdadera personalidad, a favor de dislates judiciales, de malentendidos continuados, vuelve a ser quien no es. Más batalla, más lucha..., y las posibilidades enredándose sin cesar. Ahora resulta que bien visto hay por ahí unas pruebas correspondientes a la identidad de Mario Bruneri, en la época en que, subrogado por el profesor Canella, había sido perseguido por una estafa. Impresiones digitales, cicatriz en la espalda, establecen que este desconocido es el bien conocido tipógrafo..., etcétera, etcétera, y por ahí hasta el más delirante absurdo. Sin embargo, la señora Canella, poco tiempo después, se sintió bien pagada al dar a luz una niña, en torno a cuyo apellido todo eran suposiciones. ¿Sería Canella? ¿Sería Bruneri? Dio respuesta así la madre: «Estoy segura, en mi prefecta integridad moral y física, de que mi criatura es hija del héroe de Monastir, de mi Giulio, que ha sacrificado a la más grande Italia su posición y su salud. ».

Aunque él pensaba que tal vez después de 12 años de líos ni tenía derecho a ser quien era.

¿Qué resta de toda esta colimación de verdad y fantasía? A la letra merece conocerse la opi­nión del propio autor: «El misterio de la historia del tipógrafo Mario Bruneri, o más bien del pro­fesor Giulio Canella, puede resistir el análisis concienzudo de un discípulo de Enrique Ferri. Pero se desvanece a la primera inquisición de un lector de Giraudoux. Porque es más fácil reco­nocer en el tipógrafo Bruneri de transguerra al profesor Canella de anteguerra, que al escritor francés Forestier en el estadista alemán Siegfried von Kleist. Sobre todo después de haberlo reconocido con una convicción, que no debía con­sentir a los demás ninguna duda, la señora Canella».

Dice Alberto Tauro que este libro es impor­tante también porque inició una vuelta a la crea­ción literaria; es decir, que Mariátegui dejó por un momento de ser el teórico y se puso a fan­tasear; permitió unas vacaciones a su mentali­dad analítica, a su habitual, espíritu de examen. Y hasta nos enteramos por u boca que tenía en proyecto una novela peruana. «Como ensayo pre­paratorio —concluye Tauro—, o aun como volun­tariosa penetración en los secretos del género, queda Siegfried y el profesor Canella». Ah, hubiera sido tan bueno conocer las ideas de Mariátegui en torno a la novela peruana...

 

 


NOTAS:

1 Publicado en Alerta, de La Habana, Cuba, el 3 de Octubre de 1955.